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EL GRABADO A BURIL EN JOYERÍA

Voy a hablaros de un oficio muy antiguo, y que merece la pena destacar. Bien es cierto que con las nuevas tecnologias ahora se hacen grabados scaneados, pasándolos del ordenador al metal en superficies planas, pero con poca profundidad. Muy lejos todavía de la creatividad y el gran grabado a buril a mano.

El grabado a buril es la técnica en talla dulce por excelencia, la que ha dado nombre genérico a todas las otras técnicas de grabado en hueco, y la primera que se practicó. En el grabado a buril, la dificultad se acumula en el hecho de trazar los surcos o entallas, sin un aprendizaje largo y difícil, no hay manera de trazar una sola línea. La pereza de los artistas modernos, a la práctica de este complicado arte, ha contribuido al olvido del mismo.

Al grabador a buril, lo primero que se le exige es ser un diestro dibujante, avezado en copiar con soltura dibujos y pinturas de los grandes maestros, además de conocer los principios de la arquitectura y de la perspectiva. Pero ante todo, el grabador no deja de ser un artesano que tiene que conocer y preparar sus utensilios.

La primera cosa que debe aprender el burilista, es la manera de afilar las herramientas, tarea que resulta para este casi más difícil que el hecho de realizar un corte. Para que un buril corte la arista y los lados que terminan en la punta de ataque, tienen que ser completamente rectos.

Las rebabas levantadas en cada burilada, se suprimen pasando suavemente el corte del buril por la superficie, y para juzgar su efecto y evitar la reflexión del cobre abierto, “muy perjudicial a la vista del que graba”; se debe frotar las planchas con negro de imprenta

El auténtico carácter de la técnica del grabado a buril consiste en traducir por medio de buriladas las luces y objetos a representar, y aunque para las distintas calidades se aplican técnicas diversas, existen normas generales: bosquejar la obra en general, grabando todo el dibujo e intentando dejar concluidas diversas partes aisladas. Las colecciones de buriladas se deben ir distanciando en las zonas más iluminadas, y espesándose en las sombras.

El grabador Cournault, describe de manera lírica el grabado a buril: “Es el momento de encomendarse a Dios. Una alegría, una fuerza que sale del espíritu y pasa por el corazón, llega al hombro derecho, y el hombro la dirige por el brazo hasta la palma de la mano, que, al encontrar enseguida el ángulo de ataque, impulsa la punta del buril, que penetra en el cobre como la rueda de un carro. Al final del surco, el buril hace saltar la viruta del metal levantado, después el rascador hace desaparecer la menor traza de barba, pues la entalla debe ser perfectamente limpia y pura. No tanto como la cortante presión, es el freno simultáneo del buril lo que parece difícil de unir en un mismo esfuerzo”. “Todo el frescor y libertad de este arte, provienen de la diversidad de este impulso, del ligero peso del buril para unas tallas más finas que un cabello, a una fuerte presión para unas tallas más anchas y profundas”. “Una ligereza infinita debe continuar, limitar, estrechar, sostener y profundizar una talla siempre variable”. “La emoción guía, el aliento gobierna. Según la calidad del alma del hombre, la talla nace viva o muerta, no hay nada más. La misma vida del grabador parece en juego”.

 Pedro “Blasco”

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