Esta mañana, leyendo el períodico La Verdad, me he encontrado con un artículo en la contraportada donde se hace eco de la historia de un diamante de 76 quilates, vendido recientemente en Ginebra por 18 millones de euros. Hecho que nos lleva a pensar que el diamante sigue siendo un bien preciado, con un valor duradero en el tiempo y con visos de tener mayor valor conforme pasan los siglos.
Además en este caso hablamos de una talla especial y un color D que es el máximo en su escala, el más blanco, conocido como el famoso River o blanco excepcional. Tan solo resaltar una pequeña confusión en el artículo, y es que nada tiene que ver su excepcional color letra D en la escala de la GIA, con su pureza, que es el interior de la piedra, su “adn”, su interior y composición, sus posibles inclusiones.
Un diamante puede ser muy blanco, tener un buen grado de color, pero tener una pureza baja o deficiente, seguro que no es este caso, pero merece la pena destacar la diferencia.
Sinceramente estamos ante un excepcional diamante y un afortunado propietario, por tener esta auténtica maravilla.
Paco Blasco
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